martes, 28 de julio de 2020

Epílogo: "Frailón, El Centella"

  Melena de Bourbón  acaricia el delicado frasco que contiene el perfume color verde manzana de Gardenia Grand Extrait de Chanel. Le ha costado cuatro mil dólares pero este es  "el momento".
-"No todos los días le coronan a una un hijo" piensa mientras se mira al espejo del tocador.
El modisto Valentino ha sido una excelente elección.  Un vestido de reina madre y de dama española, confeccionado en seda salvaje, discreto en las formas y atrevido en el color.
Melena se mira ahora de perfil. Se pasa la mano suavemente por el vientre. Qué fantástica faja, retiene con mano de hierro las curvas indeseadas y sin embargo es tan cómoda como una braguita de algodón. 
  Coge suavemente la campanilla de cristal y la agita con delicadeza. La manicura también es excelente.
   La doncella se presenta haciendo reverencias.
-"La peineta y la mantilla",  ordena mientras se sienta en el silloncito de  angora, color esmeralda.
  No ha sido fácil llegar hasta este instante glorioso.
 Ha habido que soportar a la intrusa, Leticia, la Cerilla, sentada en el trono de los Bourbones. Qué experiencia tan dolorosa.
    No ha sido fácil anularla, nada fácil, pero por suerte su hermana Cristiana de Bourbón y su cuñado Iñaki Irdangorin han colaborado de mil amores.  El odio que sentían hacia la Cerilla les unía como un aro de acero.
   La gota que colmó el vaso del desprecio fue aquella sonrisa perversa que se dibujó en su rostro el día del entierro de su amado padre, el rey Hemerito.  La perversa Cerilla aprovechó el historial de caídas del anciano monarca para provocar su muerte empujando levemente cuando bajaba las escaleras del palacete de Marivent. Fue su hijo adorado, Frailón, quien observó la casi imperceptible zancadilla.
    Luego fue el turno de su madre. A la reina Sorfina, la encontraron  agonizante en un club de striptease masculino. Por fortuna sobrevivió dos días y tuvo tiempo de contar que la Cerilla la convenció para hacer esa repugnante acción como venganza a todas las infidelidades del  Hemerito, las cuales solo eran producto de la mente calenturienta de la Cerilla. No hubo manera de probarlo, pero seguro que la Cerilla hizo uso de  un gancho para que echase todo tipo de venenos a las copas de la dulce e inocente Sorfina, tan justamente canonizada por el Papa Embroglio.
  Durante aquellas largas horas que pasaron en el lecho de la agonia de su madre  planearon el fin de la Cerilla y de las herederas, las princesas Lisa Grady y Luisa  Grady Bourbón Cortiz.

 Para anular a las dos adolescentes princesas, criadas en monacal reclusión, bastaron dos gigolós de poca monta, contratados para enamorarlas y hacerlas desaparecer en una isla del Pacífico en donde gozan todavía del amor y todo tipo de perversiones mientras.. En la isla Lisa y Luisa han descubierto  que les gusta vestir de cuero negro y recorrer las playas buscando la bolita que les lanza el gigoló de turno. Grabadas todas esas imágenes y en poder de las hermanas Bourbón, Melena y Cristiana, las tiernas herederas hijas de su hermano Filipo el Preparao están neutralizadas.
  Lo de Filipo fue más duro; porque aunque alevoso y descastado, era sangre de su sangre y no es fácil exterminar, en el sentido más literal de la palabra, a un hermano. Pero la patria y el deber estaban por encima de los sentimientos. Aprovechando que la Cerilla estaba en brazos de su último amante, mister Senegal, invitaron a la Zarzuela a una mercenaria rusa, de la misma estatura y peso que la Cerilla, provista de una máscara de silicona que copiaba el rostro de la reina.La mercenaria se metió en la cama con Filipo y mientras el rey alcanzaba el climax del placer lo ahorcó con una corbata de seda amarilla. Luego salió a respirar al balcón del dormitorio con un sexy y transparente deshabille blanco y se encargó de que los guardias del palacio la vieran y la reconocieran.  Al día siguiente regresó la Cerilla, en secreto, por la puerta de atrás y cuando encontró a su marido con la corbata tan apretada comprendió que había sido asesinado y que tenía que inventar una buena excusa. Poco pudo inventar porque apenas  unas horas después fue detenida. El testimonio de los que la vieron ligera de ropa en el balcón la noche de autos fue primordial para su encarcelamiento por regicidio.

   Expeditos todos los obstáculos, con la Constitución en la mano, sería Melena la nueva reina,  pero ella ya había sido llamada a una nueva vocación. El cante jondo. Todo empezó en la pandemia en la que se atrevió a grabar un sencillo vídeo y su éxito fue tal que decidió tomar clases de canto y ahora no podría vivir sin hacer vibrar sus cuerdas vocales. Cuando comunicó a Frailón que sería rey,  el joven se quedó petrificado durante tres días en medio del salón de actos de la Zarzuela. Los médicos aconsejaron que lo tumbaran suavemente en un diván y le diesen friegas con alcohol de romero.
 Cuando finalmente volvió en sí, dijo que lo había visitado Fernando VII y le había aconsejado que utilizase mallas para la coronación, porque los Bourbones imponen con las excelencias de sus órganos viriles. Esto no se lo dijo a la madre por respeto y porque solo su madre y él sabían que él era Bourbón solo al ochenta por cien, porque Dios que tantos y tan ilustres atributos le había otorgado, olvidó el de la monumentalidad interinguinal. Toda mujer que había visto su deficiencia había sido amenazada de muerte o asesinada directamente si se le había puesto bravucona.

 - Se ríe su Alteza y la felicidad ilumina su rostro- dice la doncella mientras pone el último alfiler con cabeza de diamante a la negra mantilla de encaje de chantilly.
 - Los recuerdos son placenteros y el momento sublime, querida Eduardita, mi fiel doncella.
- Ya suenan las campanas de la Almudena, su Alteza.
- La emoción me embarga, Eduardita
- Adelante, esta noche dormirá como reina madre
- Y tú como secretaria de la reina madre
- Me asciende su Alteza
- Ascendida estás Eduardita Borrego Guano .

Melena de Bourbón baja majestuosamente la escalera de caracol que separa la planta primera, la de los dormitorios reales,  del Gran Salón. Ahí  ya se encuentra el apuesto Frailón que reinará como Filipo Séptimo.
 Junto a su hijo se encuentra  Bingoria Frigorika, vestida de amarillo pastel, un modelo juvenil pero clásico, confeccionado en delicada gasa,  tocada con diadema de diamantes y  ópalos. Junto a Bingoria están Cristiana e Iñaki y sus dieciocho hijos, la mayoría de estos vástagos nacidos después del  indulto general tras la muerte de Filipo el Preparao.
  Cristiana ha elegido Armani y su  icónico modelo en gris marengo combinado con guantes gris humo y tiara de perlas cultivadas. Iñaki y la prole van elegantísimos pero Melena no lleva gafas y le cuesta identificarlos para describir sus acertadas elecciones para el Gran Día.
Se encuentra también la querida prima Maria Delantal,  rubia beige, dice ella que natural, discretamente elegante, y las primas griegas, absolutamente divinas aunque un poco empercudidas por el sol de Lanzarote.
   Las doncellas, los mayordomos, los criados y sirvientas lucen sus uniformes de gala y afuera esperan las carrozas reales, los cocheros con charreteras y los caballos aparejados con cintas de oro y con  penachos de seda roja y gualda sobre sus nobles testuces.
   
   Baja suavemente, la reina madre, se siente observada y quiere prolongar un momento que recordará toda su existencia. La punta del zapato de seda negra con rosas bordadas en hilo rojo asoma entre la suavidad del tejido de Valentino. El perfume la envuelve. Se siente  una diosa que desciende del Olimpo.
  Pero al acercarse a su hijo su rostro se ensombrece momentáneamente.
  Frailón, el inminente Filipo Séptimo lleva chaquetilla corta de terciopelo negro  con rosetones de plata en la pechera y forro del mismo tejido, pero en rojo,  que se deja ver en la vuelta de la solapa y los puños acicalados con delicada pasamanería en oro.  La camisa blanca lleva el cuello subido para dar espacio a un pañuelo negro a modo de corbata corta. El fajín encarnado va graciosamente anudado en la cadera derecha, los leotardos color beige se ciñen perfectamente a la pierna y resaltan el material lustroso de las botas negras hasta la rodilla. Pero  a la altura de las partes nobles Melena descubre un abultamiento exagerado. Nadie la ha informado sobre esta prótesis y aunque entiende que el  tipo de pantalón fernandino es muy delator y es necesario el uso de taleguilla como en el caso de los toreros, para proteger las partes viriles,  teme que su hijo pueda ser objeto de chanzas o burlas del populacho o de periodistas buitre.
  Se le acerca discretamente y le ordena mientras lo besa:
- Frailoncito, ve con disimulo a tus aposentos y cámbiate ese aparato ortopédico. 
  Frailón está en su torre de gloria y poder.  Le devuelve el beso y le recuerda, con una sonrisa feliforme  que no es recomendable ser impertinente con un rey, aunque se sea la madre. Luego le ruega que camine elegantemente a su lado hasta la entrada donde esperan periodistas y cámaras del mundo entero y que procure no llorar ni hacer gestos ridículos y mucho menos se le ocurra cantar   una coplilla de las suyas.
   Melena, algo acongojada pero obediente, posa su brazo sobre el brazo regio y camina junto al orgulloso Frailón cuyas mallas se joroban de un modo poco discreto a la altura de la ingle.
  Una ráfaga de destellos les espera al pisar la entrada del palacio, luego se oyen murmullos de admiración y pequeños gritos de sorpresa. 
"Digno descendiente de Fernando el Felón" dice Pedro Jota Rominez. "Madre mía qué frondosidad" grita Jorge Javier mientras Belén Esteban, enviada por Telecinco, no se contiene y grita "Viva la madre que parió ese cipotazo".  Ana Rosa asegura que los Bourbones llevan en sus genes un órgano ciclópeo y Sanchez Dragó aplaude "Viva España grita  Vivan los atributos reales"

   Las carrozas finalmente avanzan por  las calles de Madrid escoltadas por guardias a caballo, militares motorizados y  los miembros de todas las casas reales europeas y árabes en lujosos cadillacs.  A ambos lados del recorrido el pueblo vitorea, aclama y aplaude al cortejo. Desde alguna radio un periodista indiscreto ha aludido a las excelencias de la virilidad frailoniana y el populacho grita: Viva el tarugo real, viva el nabo regio, viva el pepino bourbonico.
  Frailón los oye y el pecho de le hincha como a un palomo en celo.  Los saluda lleno de orgullo y satisfacción.
- Ay si el Felón levantara la cabeza y viese a su reencarnación a punto de ser entronado- piensa complacido.
  Melena sigue preocupada, incluso el olor de la Gardenia Grand Extrait empieza a provocarle  nauseas y unas delicadas gotas de sudor perlan su frente. Esa ortopédica monstruosidad en la entrepierna de su hijo  no le deja disfrutar el momento. Presiente algo horrible, un cataclismo.

   Se saca del bolso de mano de oro blanco su frasquito de sales y respira levemente. Para no darle más vueltas al postizo tararea para sus adentros "resistiré para seguir viviendo, soportaré los golpes y jamás me rendiré, y aunque los sueños se me rompan en pedazos, resistiré, resistirééé..."
 
   Cuando la carroza real se detiene ante la catedral Melena ve la mancha roja del megaobispo Coñizares elevado a presidente de la Conferencia Episcopal. Le molesta ese rojo tornasolado que compite a las claras con su vestido de reina madre hispánica.  Pero no hay mal que por bien no venga y   por suerte su rojo Valentino lucirá más elegante y auténtico al pasar junto al rojo mustio de Coñizares. Pero su optimismo dura poco. Justo en el primer peldaño de ascenso la cola del traje del megaobispo que hasta ahí se extiende tiene bordado en hilo de plata el nombre del gran modisto rey del escarlata.
 
   -Como reina madre, deberé aguantar carros y carretas, -  piensa mientras asciende tras su hijo-  y este día debe ser un primer bocado de lo que será mi futuro. Deliciosos bombones y agrios limones. Se sorprende de la belleza de su pensamiento. Deliciosos bombones y agrios limones. 
  Entonces sonríe y recupera la entereza. El avance por el pasillo de la catedral  con los cantos gregorianos y las familias reales esperando con sus mejores galas es casi  como si caminase al encuentro de Dios y su inmaculada madre.
   Aguanta las lágrimas cuando ve la corona sobre la cabeza de su querido Frailón y cuando Coñizares grita: Viva el rey, viva Filipo Septimo y la música retumba mientras un coro de voces angelicales canta Gloria gloria, ya no puede más y tiene que hacer uso de un pequeño pañuelo de encaje que guarda estratégicamente en la manga izquierda del vestido.

    Tras el solemne acto las multitudes esperan a su rey, Filipo Septimo se presenta solo y divino en la puerta de la Catedral. Muchos casi se desmayan porque parece que fuese el mismo Fernando el Deseado.
    Las prominencias regias son objeto de todo tipo de comentarios, algunos incluso envidiosos. El nuevo rey saluda y echa un poco adelante el coxis para que la gente aprecie su sublime miembro.
    Es el último gesto que hace en vida.
En ese momento cae fulminado.
Todos piensan que es la emoción, pero viendo que no reacciona acude un equipo médico, siempre sabiamente oculto entre la Guardia Mora, en las apariciones públicas de los monarcas.
El doctor Bisturino pide que se le afloje la camisa y la chaquetilla, que se le quiten las botas y se le baje el pantalón porque el flamente rey ha sufrido una embolia.
 Por mucho que Melena trata de alejar las cámaras, temerosa de que tomen fotografías del falo artificial;  durante el alboroto el equipo de Ana Rosa logra filmar el desastre:
 El rey lleva un pene de silicona color carne, hiperrealista, sujeto a la ingle con una correa de cuero de un centímetro de anchura. A pesar de que el ortopedista que creó el aparato ex-profeso,  aconsejó que no lo llevase muy apretado durante más de una hora, Frailón no le obedeció pensando que ser rey le haría inmune e inmortal. Para que la falsa verga  no se desprendiera apretó demasiado la cinta, lo cual le provocó  una obstrucción de la arteria femoral. Triste fin para quien pudo ser un gran soberano.

  Es el mismo Coñizares el que coge un microfono y grita:
-Pueblo de España el Rey ha muerto de tanto amor por su pueblo. El corazón se le ha roto de tanto amor.

  Cristiana de Bourbón mira de reojo a la rata de su hermana Melena y llama a Pedrojota para contarle que la idea del bálano de silicona fue cosa de Melena y que le gustaría que Filipo Septimo fuese recordado como Frailón, El Centella.
   - O El Guanabí- interrumpe Eduarda, la doncella de Melena que se ha pasado al bando de Cristiana, con su gracia turolense


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