jueves, 9 de julio de 2020

Carlos III, cazador y cobarde


El cura que ha de dar la extremaunción a Fernando VI no sabe que el moribundo en sus últimos estertores le va a lanzar el orinal lleno de heces a la cara, así que mientras levanta los santos óleos el rey aprovecha para dejar su última acción sobre la tierra
 Comienza el reinado de Carlos III, un rey obsesionado con no heredar las enfermedades mentales de su padre y hermano. Para ello se dedica a las oraciones, la vida frugal y la caza. Considera esta última una actividad terapéutica, por lo que se pasa la mayor parte de su reinado de cacería.
 Goya. un agudo psicólogo de la realeza borbónica, lo pinta como era: Pequeño, feo, narigudo y empercudido por las horas al aire libre, el rey se apoya en su mejor amiga, la escopeta de caza, con su daga en el el bolsillo y su perro a sus pies.
 A pesar de estar vestido de cazador el rey lleva banda y guantes blancos para dejar claro que no es un cazador de poca monta.
 Todo para el pueblo pero sin el pueblo: un rey satisfecho, entregado a sus aficiones en un paisaje desierto sin rastro humano.


  A Carletto ya lo había colocado su madre, Isabel de Farnesio, en el trono de Nápoles. La ambiciosa reina que se hacía pintar con la corona a su lado mientras el marido tapaba su perpetuo empalmamiento con un sombrero, se encontró con el mayor de sus sueños hecho realidad. El hijo de Maria Luisa de Saboya muerto a los 46 y el trono de España para el suyo.
  Siendo rey de Nápoles se casó con una menor. Su primera esposa María Amalia Walburga de Sajonia tenía 14 años y el rey 22.
 Llevaban poco más de veinte años casados cuando llegaron a Madrid como reyes de España. La reina con menos de 35 años había parido ya 13 veces. Su primera hija la tuvo a los quince años. Desde el nacimiento de la primera hija el estado natural de la reina era el embarazo. Cuando llegó a España tenía 8 hijos vivos y habia enterrado a cinco María Amalia duró solo dos años como reina de España, pero dejó bien asegurada la herencia del trono.
  En Nápoles se quedó su tercer hijo Fernando, que no es objeto de estas crónicas pero que es considerado como el foco donde se genera toda la mafia italiana. Gobernó las Dos Sicilias por espacio de sesenta y seis años (1759-1825), tiempo durante el cual convirtió la corte de Nápoles en algo similar a la casa de Corleone.
Sigamos con Carletto convertido en Carlos III .
 Llega a España con su esposa y su familia numerosa. Entran todos con gran pompa y boato por Barcelona. Los Borbones quieren escenificar con esto su reconciliación con los catalanes. La Farnesio había dicho que antes que reconciliarse con los catalanes ( por su apoyo a los Austrias en la guerra de Sucesión y su oposición al centralismo borbónico) tiraba a sus hijos por la ventana.
  La reconciliación, como demuestran los hechos, fue muy borbónica. Bien es sabido lo que vale París para esta dinastía. El rey será el más acérrimo enemigo del catalán y no cejará en sus decreto de prohibición hasta aniquilarlo de la faz de la península.
   Hay un gran jolgorio en la entrada del rey por Barcelona. Los gremios de la capital han costeado una gran pantalla que representa el sistema solar con Carlos III en el centro. La llamada Máscara Real- una serie de carros con alegorías mitológicas- se pasea durante tres noches por las calles de Barcelona acompañada de música, antorchas, fuegos de artificio y más de dos mil personas ilusionadas con el nuevo rey.
 Después de Barcelona la comitiva pasa por Lleida y luego Zaragoza, en donde al decir de la reina " el pueblo hizo locuras". Besamanos en la iglesia, cacerías y toros reciben a la real pareja.
 Luego toca Madrid y el delirio. Se erigen arcos de triunfo y escenarios de cartompiedra, le siguen muchedumbres eufóricas y se celebran toros y cacerías.
No fue un recibimiento espartano ni barato. Pero había que demostrar la apoteosis borbónica con todos los signos de unidad y continuidad.

   Isabel de Farnesio se instala en el Buen Retiro. Lleva 26 años sin ver a su hijo y aunque verlo no lo verá porque está medio ciega, finalmente se cumplirán sus objetivos mucho más allá de lo soñado. Algunas desavenencias con la nuera agriarán las mieles del triunfo, pero hay que entender que la mujer está alterada por veinte años de parir y enterrar hijos : su adorado hijo la premia retirándola de la esfera política. Por suerte para la Farnesio su nuera muere a los dos añso de haber llegado a un reino por el que sentía desprecio.
  El rey queda viudo, ni se casa de nuevo ni se le conocen amantes, a excepción de unas habladurías con la bella esposa del Leopoldo de Gregorio, el futuro Marqués de Esquilache. Algún mal pensado quiso ver en las prominentes narices de sus hijos el sello real.
  Si se desfoga o no con la bella María Josefa, nada se sabe, pero lo que está en los libros de historia y en las biografías es que lleva una vida reglada y rutinaria para no caer en la locura de sus antepasados. La caza es su principal terapia. Colecciona escopetas y está renegrido por las horas pasadas al aire libre recorriendo los campos a la busca de piezas. Así nos lo representa Goya, elegante pero con la cara llena de empeines.

Otro mal que padece el Buen Borbón es el de la piedra, que hoy llamaríamos el del ladrillo.
El Palacio Real está casi terminado cuando llegan de Nápoles y completo cuando se trasladan el 1 de diciembre de 1764, pero el rey no se encontraba satisfecho y ordena contínuas reformas que vayan acorde con el brillo de su reinado. Otra de sus grandes obsesiones.
 También en política trata de seguir la línea reformista de los gobiernos de su padre y su hermano con proyectos propios del Reformismo Ilustrado cuyos fallos o aciertos dependen de su capacidad para elegir los miembros de su gobierno.
 Uno de los momentos que marcan su reinado y nos muestran la personalidad de este Borbón no tan maravilloso como nos lo pinta el mote "el mejor alcalde de Madrid" es el famoso Motín de Esquilache en la primavera de 1766, llamado así a raiz del levantamiento contra el ministro de Hacienda, Leopoldo di Gregorio, procedente de Squillace en Mesina, futuro marqués de Esquilache.
 A Esquilache lo acusan de ser extranjero, haber acumulado mucho poder sobre el rey y de llevar un estilo de vida excesivamente lujoso. Sectores de la iglesia ultraconservadores y de la nobleza patria están celosos de la llegada contínua de extranjeros que obtienen títulos y propiedades.
 El marqués es la cara visible de esta envidia nobiliaria que no duda en movilizarse usando insatisfacción popular por la carestía de la vida especialmente agravada por una crisis de malas cosechas por una prolongada sequía.
 La manipulación del pueblo frente a los malos extranjeros llega a su paroxismo cuando se decreta la prohibición del sombrero redondo y la capa larga en favor del sombrero de tres picos y la capa corta, con la intención de evitar a los delincuentes ocultar su rostro con el ala del sombrero o embozarse con la capa. La nobleza y la iglesia azuzan: Los extranjeros nos quieren quitar nuestras costumbres españolas.
 El Domingo de Ramos día 23 de marzo, agitadores de la nobleza y la iglesia, se sitúan en lugares estratégicos y animan al pueblo a lanzarse a las calles con toda clase de violencias. El primer objetivo es la casa de Esquilache, a la que saquean al grito de muera Esquilache y viva el Rey.
 Las masas se dirigen al Palacio Real, ya llamado Palacio de Oriente, para exponer al rey sus quejas,, El rey asustado no ha escuchado los vivas entre tanto alboroto y temiendo ser agredido o perder los valiosos tesoros del palacio envía a la guardia valona, extranjera y con poca simpatía entre el pueblo, pero el rey asustado, provocando muertes entre los guardias y los amotinados
 Finalmente, aconsejado por sus ministros, acuerda recibir al cura Cuesta, todo encenizado y encendido, quien lee una serie de reivindicaciones exigidas por los rebeldes : Destitucion de Esquilache, el fin de la guardia Valona y el control del precio de los productos básicos. Cuando el cura sale agitando el papel de los acuerdos firmados el pueblo chilla Viva el rey hasta desgañitarse.
Un tembloroso Carletto se asoma al balcón pero no logra decir una palabra, enmudecido por el pánico.
Apaciguados los ánimos, descubrimos aquí a un rey rencoroso y soberbio que no perdona lo que considera una humillación a su persona y una falta de respeto a su real posición
 Reune a la familia y amparándose en la oscuridad de la noche se marcha a los Reales Sitios de Aranjuez en donde permanece ocho meses dedicados a la caza y a rumiar su odio contra el pueblo que osó forzarlo.
Sus ministros, especialmente el sensato Jovellanos, le aconsejan la vuelta, pero el rey siente un pánico irracional hacia su pueblo. Cuando muere su madre, de avanzada edad, culpa de su muerte al Motín y al estado de nervios en que la sumió.
 Finalmente acepta regresar a Madrid bajo sus condiciones. Se deben revocar todos los acuerdos que firmó bajo presión y formar una guardia que lo proteja. Desde entonces la caza y a organizar la construcción de grandes edificios en Madrid que den gloria a su reinado mientras sus ministros se encargan de llevar a cabo las tímidas reformas ilustradas.


Afortunadamete Carlos muere el 14 de diciembre de 1788 a pocos meses del estallido de la revolucion francesa. Seguramente al ver un Borbón ejecutado le hubiese alcanzado la locura de la que se pasó la vida huyendo.

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