miércoles, 11 de diciembre de 2019

Las lolas

LAS LOLAS





LEANNE, DEJAME CONTARTE UNA HISTORIA





Historia de INDAI SAJOR

Escrito por LOLA TUDING 




Introducción 

Esta carta fue escrita por una antigua «mujer confort» filipina, de setenta y nueva años de edad, a una niña de diez, hija de una mujer cuyo trabajo –en el campo de la violencia contra las mujeres en situaciones de guerra y conflicto armado –exige frecuentes viajes. Leanne es la hija menor de Indai Lourdes Sajor, Directora Ejecutiva del “Asian Center for Women’s Human Rights

En 1993, Indai Sajor entabló un juicio en un tribunal de un distrito de Tokio a favor de cuarenta y seis demandantes filipinas, todas sobrevivientes de la esclavitud sexual militar por el Ejército Imperial Japonés durante la Segunda Guerra Mundial
Gertrude Balisalisa, o Lola Tuding, como se le llama con cariño, es la segunda mujer confort filipina en salir a la luz pública, en 1992, para hablar de las atrocidades sufridas por ella en manos del Ejército Imperial Japonés. 

Ella entabló el juicio Artículo 4 DECLARACIÓN UNIVERSAL DE DERECHOS HUMANOS 100 en Tokio con las otras mujeres confort filipinas

Tiene setenta y seis años y vive sola, medio tullida, en una pequeña casita. Su ambición en la vida era ser abogada. 

La historia de Lola Gertrude Balisalisa, o Lola Tuding, ha sido documentada por la NBC, en Estados Unidos, y por NHK, en Japón. 

Desde la edad de cuatro años, Leanne asistía con su madre a innumerables acontecimientos de apoyo al caso de las mujeres confort filipinas.

Por esto, las Lolas (abuelas) han llegado a considerarla como una nieta. 

Sus historias durante la guerra son bien conocidas por Leanne. 

Hoy ella tiene diez años y continúa visitando, con su madre, a las Lolas.

La demanda por compensación y reparación por los crímenes de guerra contra el gobierno japonés fue declarada sin lugar por el tribunal de distrito de Tokio el pasado 9 de octubre de 1998. 

El juez que presidía rehusó aceptar y analizar el caso, a pesar de seis años de audiencias, testimonios y opiniones de personas expertas en Derecho, afirmando que no existía base legal para las demandas de las víctimas, aún bajo la legislación internacional humanitaria. 

Las demandantes desde entonces llevaron el caso a la Alta Corte de Justicia de Tokio. 




Este revés no ha desanimado a las mujeres de continuar. 

En agosto de 1996, en Pampanga (al norte de Filipinas), Indai, por medio de ASCENT, encabezó la investigación y documentación de los testimonios de 80 mujeres, víctimas de violación de grupo y esclavitud sexual militar del Japón durante la Segunda Guerra Mundial. 

ASCENT las organizó, bajo el nombre de las Lolas de Malaya, y demanda justicia, reparos legales, rendición de cuentas del Estado y compensación legal a su favor
La presidenta de este grupo es Lola Tuding. Recientemente se han descubierto investigaciones y documentos de guerra que detallan el involucramiento de Japón en las violaciones tumultuarias de la mujeres en Mapanique. 




13 de julio, 1999 

Querida Leanne

Desde la última vez que te ví, he estado pensando en cómo pasas el tiempo después de tus actividades diarias, cuando por fin estás sola y tu madre se encuentra lejos, en lugar de estar contigo, escuchándote contar tus actividades y problemas del día. Habrás imaginado cómo te podría ella haber ayudado a sobrepasar las dificultades, y cómo ambas podrían reirse de tus historias divertidas, o llorar de lo triste; y cómo juntas podrían haber pasado tantas horas de alegría y satisfacción la una en brazos de la otra. Ay Leanne, yo he experimentado la misma soledad, la misma sensación de tristeza, darme cuenta que quizá nunca vea a mi familia otra vez. 




Déjame contarte una historia, Leanne. 




Justo antes de la Segunda Guerra, yo estaba casada con un ingeniero civil y vivíamos en Manila. Teníamos dos hijos y yo creía que siempre sería feliz con mi familia. En 1944, mi marido fue asignado Ingeniero de Distrito en Camarines Sur, una provincia grande en la Región Bicol. Nos fuimos de Manila con él. Poco tiempo después, una unidad del Ejército Japonés aterrizó en la capital, Naga. No pudieron entrar a sus cuarteles ya que el más largo puente de la región, que tenían que cruzar, había sido bombardeado por las guerrillas locales. Inmediatamente a mi marido el comandante le encargó reparar el puente. Después de varios meses estuvo terminado, pero el comandante dudaba de su fuerza. Ordenó traerme a mí y se nos obligó a pasar el puente muchas veces antes de que el comandante estuviera satisfecho. Ese incidente llevó a mi captura. Esa fue la primera vez que el comandante me vió. Después de varios días, cuando me quedé sola en la casa con mis hijos y su nana, el comandante japonés llegó y sin mucho rodeo, me ordenó irme con él. En ese tiempo, nadie podía rechazar a un japonés. Aunque yo no quería dejar a mis niños, no tuve otra opción. Primero me llevaron a un lugar en Albay, llamado los Cuarteles de Regan, el campamento militar de la región Bicol; luego, pasada la medianoche, nos fuuimos a una zona boscosa hacia Camarines Sur, en dónde el comandante japonés tenía su unidad, la cual me parecía un centro de mensajes. Me informó que yo sería su mujer confort personal, pero que si durante la semana él tenía visitantes, oficiales de otras unidades, también tendría que servirles a ellos como tal. Las lágrimas y las súplicas no lo conmovieron. Más bien, me pegó con fuerza. Yo me sentía muy sola, especialmente en las noches. Lloraba y extrañaba a mis hijos. Extrañaba tanto a mi familia! Dejé de comer y de hacer lo que se me ordenaba en protesta. Como respuesta, recibí torturas mentales y físicas. Mi único recurso era la oración. Me obligué a comer comida medio cocinada para sobrevivir. La tortura física no la recibía sólo del comandante,  sino también de sus visitantes cuando estaban disgustados conmigo. Uno de ellos me dio una fuerte patada con sus botas cuando una vez me vio llorando. Me dio en la columna vertebral, y hasta este día, estoy parcialmente discapacitada y padezco dolores físicos. A una de las mujeres confort del campo la mataron a sangre fría cuando trató de llamar la atención de la guerrilla que pasaba. Esto me hizo abandonar mi idea de escapar. Este tipo de prisión continuó por más de un año. Después de cinco meses más de vida tortuosa en el campo, escuché un día el sonido de aviones sobrevolando el campo. Cuando me asomé a la ventana ví cómo caían muertos soldados japoneses. Luego, el comandante recogió a toda carrera los papeles de su escritorio sin siquiera mirar atrás, salió y se montó en su camión y huyó despavorido del campo. A estas alturas ya no quedaban soldados. Las otras chicas salieron de sus chozas. Juntas corrimos hacia el camino que llevaba al pueblo. Me separaron de las otras chicas. Cerca del camino, oí que se aproximaban motores pesados. Al acercarse, vi que eran vehículos americanos, la primera vez en mi vida que yo veía jeeps. Uno se detuvo. Después de explicar mi situación al oficial a cargo, me dejó ir con él a los cuarteles Regan que los americanos habían recuperado. Ahí me dieron otra muda, tratamiento médico y me alimentaron. Después de más o menos una semana, le rogué al comandante que me llevara a casa. Estuvo de acuerdo y me mandó con dos soldados a mi hogar en Naga, Camarines Sur.

Cuando llegué, mi marido estaba ahí. En frente de los soldados americanos me dió una cálida bienvenida. Cuando ellos se fueron, se volvió hacia mí fríamente, me enseñó un cuarto separado y sin ninguna expresión en su rostro, me dijo que ya no podría vivir conmigo igual que antes porque el no quería sobras del ejército Japonés. Prohibió a mis hijos venir a verme. Fue muy cruel. Me silenció, me sacó como un mueble. Pero cuando tenía necesidad de mí, entraba por la noche a mi cuarto y, de nuevo, yo era una mujer confort. Esta vez para mi propio marido. De esta manera, tuve dos hijos más. Poco después que mi cuarto niño nació, a mi esposo lo asignaron ingeniero de distrito en Davao. Nos llevó a todos allá, en dónde tenía un hermano abogado a quién yo todavía no había conocido. Después de varios meses en Davao, me espanté un día al regresar a casa del mercado, pues encontré mi casa vacía y en desorden. Mis cuatro hijos no estaban, y sólo estaba mi marido. Me informó que por fin, los había separado de mí. Dijo que yo no era una buena madre para ellos. Me dió cincuenta pesos y se fue sin más. Busqué ayuda de la policía, sin éxito. Solicité a una trabajadora social que me devolviera a Manila. Cuando llegué allá, el Alcalde, quien entonces era el Alcalde Villegas, me empleó como trabajadora social en el ayuntamiento. Cuando su período expiró, lo mismo sucedió con mi contrato. Opté por dar lecciones privadas para mantenerme. 


 Esta fue mi vida durante varios años, hasta que una noche, antes de dormirme, eschuché una voz femenina en la radio, avisando a las escuchas que si ellas o alguna conocida habían sido víctimas de las Fuerzas Armadas Japonesas durante la guerra, nos presentáramos en la oficina que se había establecido para ayudar a las sobrevivientes de esclavitud sexual de las milicias japonesas. La voz era de Lola Rosa Henson, la primera mujer confort filipina en salir a contar su historia. Respondí a su llamado y me presenté en la Oficina de Fuerza para las Mujeres Confort Filipinas. Ahí fue en dónde conocí a tu madre, Leanne, y a través de ella me enteré de que yo era la segunda sobreviviente con valor suficiente de salir a la luz pública. Fue por ella que logré ese valor, y desde entonces mi vida ha cambiado. Ahora empiezo a tener esperanzas de una justicia tardía, ahora sueño que algún día muchas personas, en especial mis hijos, se darán cuenta de que lo que nos sucedió en el pasado no fue nuestra culpa, sino que la Segunda Guerra destrozó la vida de millones de personas, entre ellas la mía. Fue tu madre, Leanne, quien me inspiró para tener esperanza. Como miembra de la Oficina de Fuerza de las Mujeres Confort Filipinas llegué a entablar un juicio contra el gobierno japonés. Conocí a personas que están en los grupos japoneses de solidaridad con las mujeres confort, quienes también son buenas y sinceras en su intención de ayudarnos y reparar los crímenes cometidos por sus gobiernos. Más adelante, junto con tu madre Indai, fundamos las Lolas Malayas. Todo esto me llevó a conocer a tu madre, y luego a tí, Leanne. Artículo Hasta el día de hoy extraño profundamente a mis hijos. No los culpo. Su padre los hizo odiarme. Como él lo dijo, fuí deshechada como una sobra del gobierno japonés. Ahora vivo sola. Cada vez que te veo, Leanne, siento el raro gozo de tener una niña que escuche mis historias, que ría y llore conmigo. Esta experiencia me fue robada para siempre por los soldados japoneses, por mi propio esposo y mis propios hijos. Pero tu me haces recordar. Así que recuerda, Leanne, no eres la única que ha sufrido momentos de dolor cuando añoras la compañía de tu madre. Recuerda que alguien más siente lo mismo, aún ahora en sus fantasías. Ella sabe lo que es extrañar a sus seres amados a quienes tuvo en los brazos hace mucho mucho tiempo, y a quienes extrañará en cada momento del resto de su vida. Gracias, querida Leanne, por reparar la falta de mis niños en todas las maneras tan dulces en que lo haces. Que dios te bendiga por esto. 



Con mucho amor, Lola Tuding 


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