martes, 14 de julio de 2020

Isabel II: La Corte de los Milagros. Segunda parte


     Las Cortes decidieron adelantar la mayoría de edad de la reina a los 14 para salir de la difícil situación política tras la regencia de Espartero.  El 8 de noviembre de 1843, Isabel II fue declarada mayor de edad por 193 votos a favor frente a 16 en contra. Dos días después,  juró la Constitución en sesión solemne ante las Cortes. 
Beneficiándose de su privilegiada posición, la reina se iba a permitir hacer de su capa un sayo  en todos los aspectos de su vida.
   Uno de las principales preocupaciones una vez coronada fue organizar su boda para que un temprano heredero varón alejase el peligro del carlismo.
 El asunto de la boda implicó a las potencias europeas, en especial  Francia e Inglaterra que vigilaban para que España no uniese sus destinos a enemigos mediante acuerdos monárquicos. Entre unos candidatos y otros el Rey de Francia  Luis Felipe propuso que Isabel se casara con Francisco de Asis, un joven cuya condición de homosexual era vox populi, apodado en la Corte Paquita Natillas; mientras la infanta Luisa Fernanda lo haría con el Duque de Montpensier, hijo del monarca francés, en una doble boda. Al tanto de las preferencias de Francisco de Asís y seguro de que su matrimonio con la Reina no tendría descendencia, Luis Felipe calculaba que la sucesión acabaría pasando a sus nietos, los futuros Montpensier. Era una buena jugada a medio plazo. Pero  no contaba con que la reina española, aun sin mediar relaciones físicas con su marido, iba a parir en doce ocasiones aunque solo cuatro de sus hijos superaron la niñez ( Isabel, Alfonso, María Paz y María Eulalia)

 La joven Isabel lloró y pataleó para no casarse con su primo a quien ella misma llamaba Paquita,  Pero la razón de estado se impuso y contrajo matrimonio el 10 de octubre de 1846, el mismo día que cumplía 16 años, en la Capilla Real. La misma reina llegó a decir que en su noche de bodas descubrió que su marido llevaba más encajes en la ropa interior que ella misma.
    El matrimonio de una joven tan activa sexualmente con un hombre al que no le interesaban las mujeres solo funcionó como una pantalla para legalizar los hijos bastardos.
   Francisco de Asís no era  solo un delicado ángel perfumado y bien vestido; no vayamos a canonizarlo. Era un codicioso con una mente  fría y calculadora. Mientras aquel matrimonio fue para Isabel una condena, para el consorte fue una fuente de ingresos. Cada vez que la reina paría exigía una compensación econónica porque "se ha querido ultrajar mi dignidad de marido..."
 La reina, una mujer simple, de una escandalosa incultura, se entregaba igual al libertinaje que a la milagrería, pasaba del rosario a las grandes fiestas con amigos y amantes en el restaurante Lhardy, de la Carrera de San Jerónimo, el establecimiento entonces más chic en Madrid. En los salones privados de la primera planta Isabel y sus acompañantes se entregaban a las mayores alegrías, que podían degenerar en verdaderos escándalos.  
   Francisco de Asis se trasladó al Palacio del Pardo, alejándose físicamente de la reina, pero no lo suficiente como para no seguir dirigiendo sus lucrativos negocios. Las desavenencias entre la pareja real y el reconomiento de los hijos por parte de Francisco llegó a llamarse "la cuestión de palacio" Una cuestión que un país con la mayoría de la población sumida en la pobreza, salía demasiado cara.
 El primer amante de la reina fue " el general bonito" Serrano, quien encontró en estos amores un perfecto trampolín para la vida política. 
 Los amantes de su mujer no le preocupaban al marido mientras no tuviesen aspiraciones. y Serrano era ambicioso, así que  el Duque de Cadiz informó al Vaticano y a la reina María Cristina. El general bonito abandonó a su amada a cambio de unos cuantos millones del peculio personal de la Reina y el lustroso cargo de capitán general de Granada. Francisco llegó a decir que Serrano era solo "un pequeño Godoy que no ha sabido conducirse, porque éste, para obtener la privanza de mi abuela, enamoró primero a Carlos IV"
Después de Serrano pasaron todo tipo de personajes, la mayoría ambiciosos, por el lecho real. Casi todos acababan con  fortuna, cargo y condecoraciones. 
 El Marqués de Bedmar, por ejemplo, un guapo y elegante aristócrata con buenas relaciones en los ámbitos financieros, banquero y empresario de José de Salamanca, entonces principal promotor del gran negocio del ferrocarril, entró en contacto con la reina por consejo del mismo Salamanca.
 La reina solo estaba interesada en sus amoríos y fornicaciones, lo demás nada le importaba y mucho menos la enojosa y pesada carga del gobierno del país.
"Si quieres que firme el cese del Gobierno, pasa la mano por la barandilla de tu palco" Esta frase de la reina define muy bien lo que era la política para ella.

  El tal Bedmar llegó a amenazar con publicar unas tórridas cartas de la reina llenas de faltas de ortografía y a cambio de no hacerlo recibió el cargo de embajador en San Petersburgo y  el Toisón de Oro colgado sobre su pechera. Pero no acaba aquí el vodevil. Paquita Natillas consiguió las cartas y una nueva fuente de ingresos.

 Por otro lado  el reinado de Isabel no faltó a la costumbre borbónica de las camarillas , centros de poder paralelos al Gobierno y al Parlamento.  Este ir y venir de personajillos ambiciosos y mediocres fueron perfectamente retratados en a la que Valle-Inclán iba a llamar la  Corte de los Milagros 
Personajes siniestros como Sor Patrocinio, la monja de las llagas, entró en palacio vía Paco Natillas y  se integró a las camarillas reales. La reina se hizo dependiente de la monja. Ello la convirtió en la figura principal de su camarilla. La monja abría las puertas del palacio al  arzobispo Antonio María Claret, que llegaría a ser canonizado, representante del más integrista catolicismo, quien mantuvo al Vaticano  de Pío IX cerca de la reina .El Vaticano, en un gesto de hipocresía sin paragón, llegó a concederle la Rosa de Oro, su mayor distinción honorífica. Uno de aquellos altos cardenales dijo que la reina era puta pero devota.
   En la primavera de 1848 llegó a España  el torbellino revolucionario que soplaba por toda Europa derribando tronos y cambiando dinastías . Serrano, el antiguo general bonito, se levantaba al frente de los progresistas. Tras un duro enfrentamiento en la Puerta del Sol, las fuerzas gubernamentales consiguieron parar la intentona y un joven  aristócrata, el capitán José María Ruiz de Arana, se alzó como el más destacado defensor de la legalidad y ganador de los favores de la reina. 
Con  el amante del brazo la reina pasaba su tiempo en los Reales Sitios —Aranjuez y La Granja, El Pardo y El Escorial— o en un Madrid que lo mismo les veía entrar y salir sin parar de Lhardy que en los palcos del Teatro Real, en las ceremonias religiosas más solemnes que en las verbenas populares de los barrios castizos del centro o en los animados y frescos ventorros de los alrededores


   A principios de 1852 Isabel fue víctima de un atentado en el  interior de Palacio. Cuando salía para presentar a la recién nacida infanta a la Virgen de Atocha, el cura Martín Merino, viejo liberal y párroco de Madrid, se lanzó sobre ella cuchillo en mano y la hirió levemente.  Fue ajusticiado  pero los rumores de la intervención del marido de la reina no se disiparon nunca ni se aclararon.
El negocio del ferrocarrilo trajo de regreso a la reina madre María Cristina y a su esposo Fernando Muñoz, duque de Riánsares ( nombre de un riachuelo de su pueblo natal)
 Amparados en su privilegiada situación robaron y rapiñaron hasta las vajillas del palacio. Desde su residencia, el Palacio de las Rejas, organizaron un centro de poder, donde se decidían fundamentales cuestiones políticas y, sobre todo, se acordaban negocios de gran envergadura. Uno de los visitantes del palacio era el Marqués de Salamanca, quien decidía sobre el tendido ferroviario. Entre fiestas y reuniones privadas Muñoz organizaba operaciones que cada vez olían más y peor.  El palacio de las Rejas fue bautizado como la segunda bolsa de Madrid. Allí  no solo se realizaban  sospechosos negocios relacionados con fondos y subvenciones públicas, sino también había una probada implicación en el productivo tráfico de esclavos en Cuba. El periódico satírico El Murciélago escribía:
  " Ni ve que ha robado tanto que nada queda ya que robar, ni ve que ha jugado con el país de tal manera que no es imposible que haga en ella un escarmiento saludable que deje memoria para siempre"

   Cuando, en junio de 1854,se produjo el  levantamiento militar progresista conocido como la Vicalvarada, las iras populares se dirigieron contra las casas de todos aquellos que eran identificados con la ya insoportable corrupción dominante. Los palacios del Marqués de Salamanca y de María Cristina fueron asaltados y todo su contenido lanzado a la calle, destrozado y entregado a las llamas. 
 Cuando la situación se tranquilizó, una de las primeras condiciones de los sublevados fue el procesamiento de María Cristina.  Pero como madre de la reina se permitió a ella y a su detestada familia abandonar subrepticiamente al amanecer el país y alcanzar la frontera. El producto de los robos proporcionó a los Muñoz y Borbón confortable existencia en el castillo que se compraron en Normandía. .

   El 28 de noviembre de 1857 nació Alfonso XII fruto de los amores de la reina con el joven militar del Cuerpo de Ingenieros Enrique Puigmoltó. Un guapo valenciano procedente de una familia de la nobleza media, hijo del absolutista conde de Torrefiel, quien pudo acceder gracias a la bragueta de su hijo a las camarillas de la Corte. 
 Puigmoltó aceptaba de buen grado la vida relagada que le suponia el amor de la riena. Leia en los cafés en voz alta las apasionadas cartas que su real amante le escribía mientras esta le asccendía y le proporcionaba un nuevo titulo nobiliario. 
 Entre las obligaciones políticas , las camarillas y los enredos de alcoba, Isabel también se iba a La Concha de San Sebastián a tomar sus bañosl La playa se cerraba para ella y su familia. Eran viajes oficiales carísimos que desplazaban trenes llenos  de familiares y servidores en un país al borde de la ruina. 

  La guerra de Marruecos de  1859  y la exaltación patriótica que provocó permitió al general O’Donnell alzarse al lado de la Reina como indiscutible héroe
   En los primeros días de 1866 y bajo un Gobierno presidido por O’Donnell que habia formado la conservadora Union Liberal,  tenía lugar otro nuevo pronunciamiento progresista, dirigido por el general Prim.  El cuartel de San Gil, foco de la sublevación, fue brutalmente reprimido y  más de sesenta sargentos fueron fusilados.  Incluso O' Donnell  llegó a pedir a la reina que dejase de fusilar soldados, porque corría el peligro de que "la sangre llegase a su acolba y se ahogara en ella" La camarilla palatina se puso en funcionamiento e hizo caer al general, quien, aunque conservador, ya no podía soportar el olor a podrido que despedía la Corte.
   A punto de estallar la Gloriosa que la llevaría al exilio, la reina se divertía con  Miguel Tenorio de Castilla,,un andaluz rico y culto,  con el que tuvo a Pilar, Paz y Eulalia y Francisco de Asís dos pensiones más. Tenorio acabó de embajador en Berlín mientras la reina volvía a enamorarse de un tal Obregón quien obtuvo como premio  el cargo de director del Conservatorio de Madrid y las grandes cruces de Carlos III e Isabel la Católica.
 Fue el mismo Narváez, apodado el Espadón de Loja,  quien puso en brazos de la reina a su sobrino, el granadino Carlos Marfiori para controlarla. 

    El 17 de septiembre de 1868 estallaba la Revolución Gloriosa. Al grito de «¡Viva España con honra!» se alzaban los buques de la Armada en la bahía de Cádiz. . La Familia Real estaba terminando su anual veraneo en San Sebastián. Ante el peligro revolucionario, las autoridades de Madrid pidieron a la Reina que regresase a la capital, pero ella se negó a hacerlo sin Marfori.
 Los revolucionarios no tardaron en dominar la situación y, el día 30, Isabel y los suyos hubieron de atravesar la frontera. 
   Los emperadores de Francia la recibieron en Biarritz y la instalaron en la cercana ciudad de Pau, en el antiguo Palacio Borbón, cuna de la dinastía. Por orden de Napoleón III, un buque de guerra francés «ponía a salvo» al mismo tiempo a la intrigante María Cristina, a la que la revolución había sorprendido en Gijón. Por suerte para Isabel, había tenido la buena idea de traerse de Madrid la mayor parte de su valiosísima colección de joyas. Poco después se instalaban en París, en una espléndida mansión de las proximidades del Arco de Triunfo, a la que bautizaron como Palacio de Castilla. Francisco de Asís decidió entonces terminar de una vez con la gastada farsa de la convivencia y se instaló a vivir con su compañero Meneses en un magnífico piso, exquisitamente decorado, cerca del Bosque de Bolonia. Por aquel parque solían los dos pasear a sus perritos, a los que habían puesto nombres de antiguos amantes de la reina Isabel.

 La reina no dejó de conspirar ni de reunir nuevas camarillas para preparar el regreso de su hijo.

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