domingo, 26 de julio de 2020

Juan Carlos I: Rey de corazones. Gabriela, Olghina y Sofía. Sexta parte

 Después del golpe el relato del rey héroe y salvador se convierte en Verdad Absoluta y pasa de los periódicos a los libros de texto y de ahí a la memoria colectiva. Pocos meses después del golpe llega Felipe González al gobierno y comienza el verdadero y glorioso reinado. Felipe González  y su troupe socialista le dicen al rey que se divierta y gaste a manos llenas que ellos se encargan de todo. El rey al fin puede dedicarse a vivir a cuerpo de rey, lejos ya de los años inciertos.

  Que el rey tenga aventuras a una le interesa bien poco, la verdad sea dicha, no es este un tratado de la moral del buen casado. Pero el historial galante del rey va estrechamente ligado al maltrato, el desprecio por la mujer y  a su amor por el lujo, dinero ilícito, pagos millonarios para comprar cartas o callar bocas y regalos e  ingresos de dudosa procedencia.
     No hablamos de este asunto como un capítulo jugoso de prensa rosa, sino con el propósito de delatar la hipocresía del rey, cuya imagen impoluta nos ha sido vendida bajo la etiqueta del "juancarlismo" . Las imágenes con la esposa sonriente y la prole con olor a añejo ( "parece que no tienen por donde mear" decía la madre de una amiga, hija de exiliados republicanos, ahorrando con su sabiduría popular largas descripciones menos exactas)  eran todo mentira.
 No convivían y el campechano maltrataba a la esposa, la decoraba con hermosas cornamentas y llenaba de bastardos la geografía del planeta.

  Cierto que no hay un rey sin su bastardo, el rey lo tenía muy asumido cuando llegó al poder, su tío Leandro era el hijo ilegítimo de su abuelo Alfonso y también el  pueblo ha aceptado,  como un chiste más,  la promiscuidad de los Borbones y  la facilidad con que dejan hijos no reconocidos, unos bien pagados otros simplemente olvidados.

El personal de Seguridad de la Casa Real ha tenido que correr lo suyo detrás de Juan Carlos, al que en algunas ocasiones se le iban las piernas detrás de Raffaella Carrà, Nadiuska, Carmen Díez de Rivera, Sandra Mozarowsky, Paloma San Basilio, Karina, Mari Paz Pondal y otras tantas.

En los primeros años utilizaba un piso que entonces tenía en Las Matas como nidito de amor. En 1981, tras el golpe de Estado del 23F, la imagen del rey debía ser muy cuidada, se debía vender el producto de  un hombre familiar, buen esposo y padre ejemplar y eso iba muy mal con un picadero. El CESID alquiló media docena de pisos en uno de los edificios aledaños a la Plaza de Colón, en el número 16 de la calle Marqués de la Ensenada. Los inmuebles se utilizaban en principio para celebrar encuentros secretos con algunos generales golpistas, pero, pasado el tiempo, dos de los pisos los adquirió en propiedad Sabino Fernández Campo, donde vivió hasta su muerte, y el resto se utilizaron como picadero real al contar con ascensores distintos y con la protección estática de los policías adscritos a la Audiencia Nacional y al Tribunal Supremo.
 Pero  el lugar era demasiado céntrico y el CESID recomendó que los picaderos se desmontaran y se buscase una zona más discreta.
   El lugar, según le contó el coronel Alberto Perote a Mario Conde, fue un piso en la calle Sextante de Madrid, situada en el barrio de Aravaca. En cuanto El Mundo publicó la información del piso de la calle Sextante, equipado con cámaras de televisión y sistemas de grabación ocultos para poder celebrar en el mismo entrevistas secretas con personalidades extranjeras, el Gobierno mandó desmantelar las instalaciones de manera que no quede rastro de lo que allí se cocinaba.
  Las aventuras de Juan Carlos solían durar poco tiempo, o bien se mantenían durante años pero de forma intermitente, intercalándose unas con otras.
Fueron frecuentes desde los primeros años de su matrimonio, pero el ímpetu sexual del monarca no disminuyó e incluso se acentuó con  la edad.
 En 1995 la revista italiana Novella 2000 publicaba las fotos del rey desnudo sobre la cubierta del Yate Fortuna. La infanta Elena acababa de casarse y el rey se relajaba de tanto trajín. La revista se las cedió a Interviú por una buena suma pero la revista se la guardó en un cajón. Aún así el tema trascendió y la Casa Real, siempre cuidando la moral real, explicó que el rey tomaba el sol desnudo por prescipción médica para tomar el sol en sus cicatrices.
  Las fotos generaron ríos de tinta y toda la vulgaridad cañí salió a flote.
Antonio Burgos, por ejemplo, se dejó llevar diciendo: «Con estas fotos hemos podido comprobar, así, fehacientemente, que Don Juan Carlos tiene la entrepierna tan bien amueblada como demostró el 23F».  Francisco Umbral exclamaba en su columna: «¡Albricias con el desnudo real! El Rey ha demostrado tener el mandado en condiciones». Y hasta el ultraconservador Jaime Campmany, recitaba en la Cope: «Dicen que el Rey en las fotos sale con muy buena cara, y tres palmos más abajo  lo que se ve da la talla (…) así que al ver la bandera que el Fortuna lleva izada  salió de la espuma Venus  exclamando: “¡Viva España!”" (Sin comentarios, cada cual que vomite a su gusto)

La red social Ashley Madison (aventuras extramatrimoniales) puso en junio de 2011 en la Gran Vía madrileña con gran cartel publicitario, para anunciar su discrección, con la imagen del rey Juan Carlos como icono del adulterio. Junto a Juan Carlos aparecían fotografías del príncipe de Gales y del expresidente de EEUU, Bill Clinton, junto a la pregunta: "¿Qué tienen estas “realezas” en común?". El faldón del anuncio respondía con otra frase: "Deberían haber utilizado Ashleymadison.com".  El cartel desapareció en pocas horas.


 
María Gabriela de Saboya, A Franco no le gustaba la candidata. El padre era divorciado con fama de homosexual y la madre vivía en Suiza la dolce vita. Pero lo que menos le gustaba es que no tuviese trono. Juan Carlos y Gabriela durante años alternaron encuentros con aventuras en otros nidos, Gabriela se casó con un millonario y se divorció entre tanto.
En 2001, una mujer francesa presentó ante los tribunales de Burdeos una demanda de paternidad. Se llamaba María José de la Ruelle y decía ser la hija natural de Juan Carlos y de María Gabriela de Saboya; y que había sido concebida a bordo del Agamenon. Nació en Argel en 1954, había sido adoptada y las investigaciones sobre su verdadero origen la habían llevado a estas conclusiones.
 La Casa Real llamó a aquello "infundio". Periodistas que se entrevistaron con ella personalmente no salieron nada convencidos de la salud mental del personaje; y su demanda en los tribunales también fue desestimada pero la sombra de la duda está ahí  porque todas las pruebas de ADN solicitadas al rey han sido denegadas.
 Después de Gabriela llegó Olghina  di Robilant, no después en el tiempo, porque ya se conoce la afición del rey por la simultaneidad.
   Era la época de Trevijano y el  coche deportivo de lujo marca Pegaso. Aristócratas y señoras de lata sociedad probaron la tapicería del elegante vehículo.  Pero a la luz salió solo la condesa italiana Olghina de Robiland, con la que empezó a los pocos meses  de la muerte de su hermano Alfonso, cuando ya se le había pasado el disgusto y no se perdía un sarao.

 Olghina  frecuentaba los círculos aristocráticos de Estoril cuando iba a visitar a su tía Olga, que tenía un palacete en Sintra.  Para Olghina, Juan Carlos era "un iluso un poco tonto" pero buen follarín y príncipe heredero aunque con los bolsillos siempre vacíos.  Juanito le dejó claro que iba a ser rey y que la candidata oficial era Gabriela de Saboya pero Olghina era una mujer libre y estas cosas no le afectaban. Tuvieron una relación larga, si bien intermitente, de más de tres años.  Las cartas que le escribía hablan de la capacidad intelectual del Borbón: "Olghina de mi alma, de mi cuerpo y de mi corazón" y luego metía frases de rancheras y boleros ( la literatura no era lo suyo)  y algunas de producción propia  "Esta noche en mi cama he pensado que estaba besándote, pero me he dado cuenta de que no eras tú, sino una simple almohada, arrugada y con mal olor (de verdad desagradable), pero así es la vida. La pasamos soñando una cosa mientras Dios decide otra"  Las cartas se hicieron públicas y esta de la almohada fue escrita el 1 de marzo de 1957).
El diario italiano Oggi las publicó para quien se aburra este verano.

   Tan libertino como Olghina  Juan Carlos, además de mantener su relación semioficial con la de Saboya y la aventura off the record con la Robiland, tenía al mismo tiempo otras, y en concreto una muy sonada con una bailarina brasileña a la que había conocido cuando andaba embarcado en el Juan Sebastián Elcano. También a ésta le escribió decenas de cartas apasionadas. Para que llegaran más rápido, se las enviaba por mediación de la representación diplomática española en Río de Janeiro.  Franco le ordenó que se dejase de mujeres y se buscase una novia seria y  le puso encima de la mesa todas las cartas que él le había enviado a la brasileña, y que el embajador de Brasil, fiel lacayo, había interceptado para darlas al dictador.
Con Olghina siguieron los encuentros en lugares lujosos. Aunque Olghina estaba estigmatizada socialmente por una fiesta en un club nocturno de Trastévere donde había acabado con el striptease integral de una bailarina turca, al rey no le preocupó la dolce vita de su amante.
 Luego la relación se fue enfriando. Olghina trabajaba entonces como periodista para Lo Spechio, un periódico fascista; y como actriz ocasional cuando caía algo. Precisamente estaba con un pequeño papel en una obrita teatral  cuando se dio cuenta de que estaba embarazada por tercera vez. En esta ocasión se negó a abortar. Tenía perfectamente claro quién era el padre, y quiso tener el hijo a toda costa, pese a su mala situación económica. Se marchó de Roma para dar a luz discretamente, y Paola de Robiland nació a finales de ese año cerca de París. Olghina no le dijo nada a su querido Juan Carlos entonces. Pero sí lo hizo en agosto de 1960, casi un año después, cuando se lo encontró en el Club 84, acompañado de Clemente Lecquio (el padre del famoso conde Lecquio). Una vez se libraron del acompañante se fueron juntos a la pensión Paisiello, y sólo a la mañana siguiente Juan Carlos le confesó que estaba prometido con Sofía de Grecia. Incluso tuvo el mal gusto de enseñarle el anillo que le había comprado. Fue entonces cuando Olghina le contó lo de Paola.  Olghina tuvo que pagar la habitación y el taxi, razón por la cual se justificó más tarde que Juan Carlos le enviara un cheque, firmado por él mismo, por una suma indeterminada de dinero.
 En 1986, casi treinta años más tarde regresarían los fantasmas del pasado.  Corría el año 1986 y la relación amorosa con la condesa italiana de Robiland hacía ya muchos años que había acabado, pero este año, al parecer acuciada por problemas económicos, Olghina reapareció. Ahora bien, no fue a ver al monarca, que se sepa, sino a Jaime Peñafiel, , reportero especializado en la familia real para viajes oficiales y otros saraos y, en aquellos momentos, que era lo que le interesaba a la Robiland, director de La Revista Hola. Olghina tenía para vender una serie de 47 cartas de puño y letra del monarca, fechadas entre los años 1956 y 1960. Decía que lo importante era que aquellos documentos no se perdieran para la historia, que el pueblo español tenía derecho a conocer una de las facetas más tiernas y encantadoras de su monarca. Jaime Peñafiel la describe sin piedad "poco agraciada físicamente, de aspecto desaliñado y con una miopía que la obligaba a utilizar gafas como culo de vasos». Le costaba trabajo imaginar que era lo que su rey podía haber visto en ella, pero las cartas no dejaban lugar a dudas"

   En cuanto el periodista recibió la oferta, se puso en contacto con Sabino Fernández Campo, que estaba en Oviedo y volvió pitando a Madrid a ver qué tenían aquellas cartas. Sabino y Peñafiel ya habían tenido algunos contactos con anterioridad, porque el secretario de la Casa Real se ocupaba personalmente de tratar con los periodistas, sobre todo para negociar qué tipo de cosas se podían publicar sobre el rey, y qué otras resultaban del todo inconvenientes. Y Sabino, después de leer las cartas, llegó a la conclusión de que aquello era de las cosas que de ninguna manera se podían publicar. En cuanto informó a Juan Carlos, que confirmó la autenticidad de los documentos y de la historia que contaba la condesa, Sabino le pidió a Peñafiel que las comprase, pagando lo que pedía, 8 millones. Pero no para publicarlas, sino para hacerlas desaparecer del mapa. Aunque, claro está, eso último no tenía que explicárselo a la condesa. Siempre dispuesto a hacer un servicio a la patria, Peñafiel cerró el trato con la Robiland 24 horas después, en el apartamento del Centro Colón del propio Sabino. Pero, naturalmente, el patriotismo de Peñafiel no llegaba al extremo de querer correr con los gastos de la operación. El dinero, en fajos de billetes de 5.000 pesetas, se lo había entregado previamente Manolo Prado y Colón de Carvajal al periodista. En cuanto cobró, Olghina se fue a Roma con el dinero en la maleta, y Peñafiel envió las cartas a La Zarzuela.

   Sin embargo, la examante del rey se sintió frustrada porque las cartas no habían salido a la luz, así que poco después volvió a venderlas, fotocopias que hizo antes del trato con Peñafiel, a la revista italiana Oggi, que publicó una serie de cuatro capítulos sobre el tema, añadiendo fotografías de la época, de la hija que había tenido con el entonces príncipe, y daba cuenta de otros documentos a los que había tenido acceso la revista, como un diario íntimo de Olghina y un cheque firmado por Juan Carlos por una cantidad indeterminada de dinero, sin especificar mucho sobre el asunto. No contenta con eso, la condesa de Robiland publicó poco después, en 1991, un libro de memorias que se tituló Sangue blue, en el que iba todavía un poco más allá en los detalles del romance con "don Juanito". 

  En 1960 se promete con Sofía y se casan el 14 de mayo de 1962. La gente pensaba que eran una pareja preciosa, se querían, eran jóvenes, ricos, de sangre azul. Sofía no podía ni imaginar que su anillo de compromiso había rodado entre las sábanas de la pensión Paisiello.  27 casas reales, 143 miembros de las realezas de todo el mundo, asistieron al enlace entre el príncipe español y la joven aristócrata griega en plena época franquista. Juan Carlos estaba nervioso, y Sofia no pudo contener los nervios y derramó unas lágrimas, incluso olvidó pedir el permiso paterno que exige el protocolo. Juan Carlos le ofreció su pañuelo. No sabía la criatura cuantas veces iba a tener que echar manos del kleenex junto a su adorado Juanito.  

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