viernes, 10 de julio de 2020

Carlos IV: La tragicomedia de Bayona y el tranquilo exilio ( Tercera parte)


Estamos en el mes de marzo de 1808, a mes y medio de los sucesos de mayo. Fernando, después del fracaso de la Conspiración del Escorial, prepara el Motín de Aranjuez para destituir a su padre y coronarse rey.La misma tarde del motín, Godoy comenta con el rey extraños movimientos de gentes amenazantes en torno a su palacio, a lo que el rey responde:
"Duerme en paz por esta noche. Yo soy tu escudo, Manuel mío, y lo seré toda la vida"
A las diez y media esa misma noche comienza la función.
A un pistoletazo, el Tío Pedro, el duque Palafox ( un noble chaquetero) disfrazado, una masa de gente irrumpe en el palacio del favorito.
Las órdenes son destruir todo lo que se encuentre. El rey quiere poder pero también descargar su odio.
La esposa y la hija de Godoy son trasladadas al palacio donde las recibe Maria Luisa. De Godoy nada se sabe. Parece ser que ha pasado la noche envuelto en una alfombra hasta que al amanecer la calma le indique que puede salir.

En el camino a palacio le esperan escupitajos, insultos verbales e incluso agresiones físicas, como un Jesús camino al Calvario. Sobre la escalinata del Palacio Real lo espera el nuevo dueño de la situación. Un sonriente y despectivo Fernando con un humeante puro en la mano.
Al caer la tarde Carlos entrega la corona a su hijo
 Estamos en el mes de marzo de 1808, a mes y medio de los sucesos de mayo. Fernando, después del fracaso de la Conspiración del Escorial, prepara el Motín de Aranjuez para destituir a su padre y coronarse rey.
 En la calle la multitud vitorea al nuevo rey y ataca a todo lo que les reuerda a Godoy. Para hacernos una idea de la situación, Leandro Fernández de Moratín es apedreado.
  Fernando piensa en meter a Godoy en un carro y pasearlo por Madrid dejándolo en manos de las turbas. Por suerte para el valido, Murat, lugarteniende de Napoleón en España, ha ocupado el Real Sitio de Aranjuez y se lleva allí a los viejos reyes y a Godoy. Desde allí Carlos escribe a Napoleón una deshonrosa carta en la que lo llama hermano y carísimo señor y le cuenta lo que le ha hecho su malvado hijo.
 Napoleón se frota las manos, estos idiotas a los que desprecia le están poniendo España en las manos. Le contesta que lo espera en Bayona junto a su hijo para arreglar los asuntos familiares .
 Carlos le responde incrementando progresivamente su ruindad y servilismo hasta sonrojantes grados. Habla de sus achaques de salud y la perfidia de su hijo. "Estaría en el cúmulo de la infelicidad si la esperanza de ver dentro de pocos días a Vuestra Majestad Imperial no aliviase todos mis males" escribe el baboso Borbón.
  Por su parte Fernando vive ahora, como El Deseado, sus horas de mayor gloria. A su entrada en Madrid el día 24 de marzo, es tal la enfervorizada bienvenida popular que su cortejo necesita más de tres horas para hacer el recorrido desde la Puerta de Atocha hasta el Palacio Real. A su alrededor se agolpan todos aquellos aristócratas y eclesiásticos que han tomado partido por él, aun a sabiendas de que, si vuelven a venir malos momentos, el Deseado no dudará en dejarles nuevamente en la estacada, con tal de salvar su propia piel o conservar sus privilegios.
 Llevando su zafio populismo borbónico hasta límites verdaderamente grotescos, alborota el rey Fernando por las tardes en la plaza de toros, se hace ver en los paseos públicos y concede audiencias colectivas en bata, blandiendo su sempiterno y humeante habano y portando en la otra mano una escupidera, a la que continuamente recurre sin ocultarse.
Cuando Napoleón lo llama a Bayona acude gozoso pensando que el Emperador se limitará a confirmar su estado y mostrarle pleitesía.
El 20 de abril de 1808 se reune con el Emperador. Lo primero que hace es empeñarse en besarle las mejillas, mientras lo llama servilmente "mon frére" Napoleón le responde con absoluta frialdad y desprecio y le indica que debe abdicar.
  El día 26 llega Godoy a Bayona y, ante un Napoleón que no le oculta una cierta admiración, le manifiesta su esperanza de que se produzca la tan deseada reconciliación entre padres e hijo
Cerrando este penoso desfile, el 30 de abril, en una carroza que precede a una serie de vehículos cargados hasta los topes de muebles y objetos de toda clase, llegan los viejos reyes.
En la reunión de Bayona padre e hijo se increpan mutuamente. Cuando aparece Napoleón Carlos lo abraza quejándose sin parar de todos sus males, físicos y morales, recurriendo a las formas más melodramáticas. Luego abraza a Godoy bañado en lágrimas, mientras la reina insulta a su hijo a grito limpio y sin reparos.
 Como especial consideración personal a tales encuentros, Napoleón ha hecho venir de París a su esposa, la emperatriz Josefina. Ésta describirá luego la horrible impresión que le ha producido la caduca María Luisa, profusamente maquillada y exageradamente escotada, dando la impresión de "una momia medio desnuda", que durante la cena se entretenía en juguetear sin disimulo alguno con su dentadura postiza."
Los careos entre las partes acaban siempre con la negativa de Fernando. María Luisa llega a pedir a gritos al Emperador que mate a su hijo.
 Napoleón comienza ya a cansarse del bloqueo de Fernando, cuando suceden los hechos del sangriento Dos de Mayo en Madrid, los que se usan normalmente como puerta de entrada de España en la Edad Contemporánea.
 A Fernando le da entonces un ultimatum: «Príncipe, debe elegir entre la cesión o la muerte"

 Carlos abdica en Napoleón a cambio de un par de buenos castillos, uno de ellos, el célebre de Chambord, en el valle del Loira, como residencia permanente y una muy sustanciosa renta para él y para su mujer en caso de viudez. El viejo bobalicón sabe nadar y guardar la ropa.
 Fernando también consigue una lujosa residencia y unas buenas rentas.

   Ya con los reyes acomodados en sus palacios de exiliados, Napoleón da la primera constitución de la historia del pais, la Carta otorgada de Bayona, y nombra a su hermano José, Rey de España.
La antigua Trinidad está ahora cómodamente instalada en Francia, solo que ahora eran una troupe presidida por el anciano rey que no cesa de escribir a Napoleón quejándose de todo y aburriéndo con sus largas misivas según palabras del corso.
A Carlos no le importa nada en absoluto la situación de su patria en guerra; las remesas a recibir cada mes son su única preocupación y el objeto de sus lloriqueos y quejas.
 El 18 de julio de 1812 consigue una residencia en Roma, pues entre sus lamentos cuenta siempre lo mal que le hace el clima francés a sus salud. Se instala en el Palazzo Borghese, que muy pronto se ve obligado a cambiar por el Palazzo Barberini, cuyos alquileres son más reducidos. A pesar de las permanentes apreturas debido a las continuas derrotas de Napoleón y los problemas para mantener las rentas, los Borbones no abandonan la vida a la que están acostumbrados a llevar.
Cuando, a fines de 1813, tras la derrota de Napoleón en la Guerra de la Independencia, el Emperador y Fernando acuerdan el regreso de éste a una España liberada de la ocupación el Príncipe vuelve a encender su puro y recupera su sonrisa prepotente, aunque Napoleón tiene la cabeza en otras cosas.

A Carlos solamente le interesa la cláusula que traspasa al hijo el pago de las rentas a las que el Emperador se ha comprometido

Cuando muere a reina en Roma, Carlos se encuentra en Nápoles junto a su hermano Fernando y no se toma la molestia de volver para los funerales. Luego expulsa del palacio al valido y a su hija

Tras una breve enfermedad, con agravamiento de la gota y alta fiebre, el 19 de enero de 1819 muere Carlos IV en el Palacio Real de Nápoles. Fernando no ha podido estar a su lado porque estaba muy ocupado en una cacería.
Mientras los Borbones se acomoban en sus palacios en España se desarrollaba la Guerra de la Independencia y se reunían las Cortes de Cádiz.
 El combatiente medio luchaba contra el francés ateo y extranjero y los agitadores religiosos llevaban a la Virgen del Pilar que no quería ser francesa, pero la guerra no era de españoles contra franceses, ni religiosos contra ateos. La Guerra de la Independencia fue mucho más. Por primera vez se iba a enfrentar la España negra con la España de las ideas y esto nos afecta ya a todos los que creemos en el valor del pensamiento porque desde entonces no hemos dejado de estrellarnos contra el muro de la España obtusa y cruel, la de cerrado y sacristía.


  Los vencedores de Bailén intranquilizaron a la buena sociedad madrileña, una cosa era vencer a Napoleón y otra un pueblo empoderado.
 José Bonaparte, que era mucho más inteligente de lo que tendenciosos chismes expandieron, entendió que esa combatibidad popular basada en la religión y la tradición, podía volverse contra ellas y ser una buena arma para reconstruir un país sin las trabas del Antiguo Régimen.

Los afrancesados apoyaban al rey sensato. José era un considerado joven abogado unido a la Revolución y seguidor de la fulgurante carrera de su hermano. En marzo de 1806 fue proclamado Rey de las Dos Sicilias, tras haber expulsado del trono napolitano al incapaz Fernando IV, Il Nasone, hermano de Carlos IV de España, al que entonces tan poco tiempo le quedaba de reinar. Allí llevó a cabo una política reformista que transformó sus arcaicas estructuras, le hizo ganar muchos apoyos entre la burguesía y un profundo rechazo entre una aristocracia en nada dispuesta a perder sus tradicionales privilegios. Conocedores de su historia, destacados políticos españoles estuvieron dispuestos a trabajar con él cuando fue nombrado rey de España
 Pero ni Napoleón quería dar libertad a su hermano ni la nobleza y la iglesia olvidaban sus objetivos si ganaban la guerra y el pueblo fue más permeable a las proclamas nacionalistas que a las racionales.
 Fue una oportunidad perdida pero de eso los españoles sabemos como ningunos.

Paradójicamente aunque la nobleza y la iglesia azuzaron a las masas, la dirección del conflicto recayó en una minoría ilustrada. Carlos IV no había favorecido la existencia de políticos valiosos y cuando el movimiento juntero, tan interesante, emergió espontáneamente para sustituir el vacío de poder, tuvieron que venir políticos del Despotismo Ilustrado para presidirlo. Floridablanca y Jovellanos ya ancianos.
  Las Cortes en Cádiz se runieron en condiciones de guerra, sin unas verdaderas elecciones: abogados, intelectuales, negociantes, «americanos», en su mayoría liberales, legislaron en nombre de España. Pero sin ningún contacto, desde Cádiz sitiado, con el pueblo de las guerrillas.
  En las guerrillas, actos sin ideas; en las Cortes, ideas sin actos, observó Karl Marx.
Este divorcio entre la combatividad popular y el personal político seguirá siendo característico del siglo XIX
 Otro rasgo de la guerra: España vuelve a un federalismo instintivo, hasta el alcalde de Mostoles creó su propia junta.
Las Cortes legislaban para el porvenir en la última milla cuadrada que quedaba libre del territorio
 Los afrancesados, esperaban que la Revolución Francesa al fin llegase al país a través de esta guerra, pero la propaganda de las fuerzas inmovilistas deja a este grupo que pudo haber hecho mucho junto al rey José como el grupo de los traidores a la patria. Los afrancesados.
 De 1810 a 1812, la mayoría liberal redujo a la defensiva a los serviles de las Cortes, partidarios de la vieja España.
 Como en el siglo XVIII, el liberalismo español no vacila en referirse a la tradición y respeta la fidelidad religiosa, pero ataca al poder material eclesiástico, suprime la Inquisición, impulsa la desamortización de los bienes de la Iglesia.
 Políticamente, su Constitución transpone los principios franceses: soberanía nacional, división de poderes, libertades fundamentales, cámara elegida por dos años por sufragio indirecto y que debe votar obligatoriamente los presupuestos, rey constitucional provisto del derecho de veto, organización uniforme de los municipios y las provincias. Y sobre todo, el 6 de agosto de 1811, las jurisdicciones de señorío son abolidas, con todos los privilegios "exclusivos, privativos y prohibitivos"
Esta es la conclusión de la evolución del siglo. La crisis parece cerrarse con la inscripción jurídica de una nueva estructura de la sociedad.
Pura apariencia: la separación entre las Cortes y la nación tiene sus consecuencias; la obra constitucional queda ignorada. Pese a la reunión de las Cortes ordinarias, las muchedumbres se impresionan sobre todo por la derrota francesa y por el regreso del rey.
Afrancesados y liberales sufrirán las iras del Deseado.
Es este el fracaso no solo de unos cuantos años, sino de todo un siglo.
La masa de la España negra triunfa por primera vez en nuestra historia contemporánea sobre la minoria ilustrada.

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