sábado, 11 de julio de 2020

Fernando VII; Muy feo, muy tonto y muy malo (Parte primera)


Así lo definió Napoleón "Eres muy tonto y muy muy malo" y no se equivocó. Eran las dos palabras que mejor lo definían, la falta de inteligencia y la depravación; aunque le faltó añadir que su rostro de cretino estaba dotado de esa fealdad que aflora de la vileza del espíritu.
Ya hemos sabido de él en la historia de su padre, contra el cual conspiró desde que tuvo uso de razón. No es necesario repetir la Conspiración del Escorial ni el Motín de Aranjuez porque forma parte del reinado de Carlos IV y se ha hablado ya de ello.

¿Quién fue realmente esta bestia negra de la historia de España?
Fernando fue el noveno hijo de Carlos IV y María Luisa de Parma, nacido en el Escorial el 14 de octubre de 1784.
Como la reina solo paría hijas sanas y en España imperaba la ley sálica, la llegada del niño llenó de jolgorio y alegría el Palacio Real. Después nacería el nefasto Carlos María Isidro y Francisco de Paula. Del ominoso Carlos María Isidro sabremos después cuando la hija de Fernando, Isabel herede el trono.
Pero por ahora centrémonos en el demonio que les acaba de nacer a los todavía Príncipes de Asturias Carlos y María Luisa.
Dada la desenfrenada actividad extramatrimonial de la reina, era muy dificil saber cual era el padre de Fernando pero la sangre borbona era indiscutible al ser María Luisa prima de su esposo, sobrina de Carlos III y nieta de Luix XV de Francia.

Desde niño ya afloraron los rasgos más marcados del carácter de Fernando: la desconfianza, campechanía patológica, la vileza y la ruindad.

Uno de los encargados de su educación el padre Juan Escoiquiz, un siniestro personaje, adulador de la reina a la que halagaba cuando la tenía delante y de la que decía a sus espaldas "es de corazón vicioso, egoísmo extremado, astucia refinada, hipocresía y disimulo increíbles y un talento dominado por las pasiones"
Fernando tuvo en su biblioteca la Enciclopedia, volúmenes que los escritores de la Ilustración estaban creando para compilar todos los saberes. Pero no hay pruebas de que abriese uno solo de estos libros. Aprendió algún minué , unos rasgueos de guitarra y algunas nociones de pintura y teatro. Pero la afición que le iba a tener más entretenido iba a ser el toreo.
En aquel nido de víboras que era la Corte de Carlos IV Fernando no tardó en encontrar su propia camarilla e iniciar las intrigas y temanejes para derrocar a su padre.
El 4 de octubre de 1802 a la edad de 18 años se casó con María Antonia de Napolés, también de 18 años. La joven princesa escribía a su madre sobre el monstruo con el que se había casado "siempre está sin hacer nada, yendo y viniendo por la casa, y sin querer oír nada sensato, siempre frío, sin emprender nada agradable, ni una diversión" También comentó sobre la macrosomía genital que padecía. Su falo era desproporcionadamente largo y su glande gigantesco, fino por la base y grande como un puño en el extremo. Otras cartas, más atrevidas, mencionaban la impotencia sexual del esposo que hizo que tardase más de un año en tener relaciones carnales. Aunque una vez consumado el matrimonio las cartas de María Antonia eran más generosas con el marido y demoledoras contra la suegra.
La princesa María Antonia murió a los 21 años, sin descendencia, después de dos abortos.
Desde la muerte de la esposa hasta las abdicaciones de Bayona, 1804-1808 el príncipe estuvo involucrado en dos motines contra el padre, el primero fallido y el segundo exitoso, llegando a ser Rey de España durante algunos días durante los cuales dio las primeras muestras de su ridícula vanidad y su vileza.
Después de abdicar se mantuvo en una especie de letargo. No se sabía si había vuelto a ser heredero, si era rey exiliado o pretendiente al trono. Pero mientras Napoleón seguía con sus campañas por el continente Fernando se limitaba a esperar en el Castillo de Valençay el desarrollo de los acontecimientos con la única preocupación de percibir sus asignaciones mensuales, estipuladas en Bayona. Allí se le enviaron venados y conejos para que el príncipe pudiera cazar.

Deseado salía a cazar y a pescar a las proximidades, asistía a clases de música y baile y, sobre todo, dedicaba mucho de su tiempo a bordar, una nueva afición que practicaba con fruición mientras su hermano Antonio censuraba la biblioteca del castillo arrancando las páginas herejes u obscenas
Fernando bordaba, cazaba y se rebajaba ante Napoleón.
El mismo Emperador escribió en sus recuerdos al final de sus días " No cesaba Fernando de pedirme una esposa de mi elección; me escribía espontáneamente para cumplimentarme siempre que yo conseguía alguna victoria; expidió proclamas a los españoles para que se sometiesen, y reconoció a José.... me ofreció a su hermano don Carlos para mandar los regimientos españoles que iban a Rusia […]. En fin, me instó vivamente para que le dejase ir a mi Corte de París […] un espectáculo que hubiera llamado la atención de Europa…"
Cuando, derrotado, el corso ordenó entablar conversaciones con Fernando, éste vio una nueva oportunidad de sacar tajada pero Napoleón quería quitarse de encima el pesado asunto español y así, el 11 de diciembre de 1813 firmó e l Tratado de Valençay. Por él, Fernando era reconocido como Rey de España y de las Indias y, entre otras cuestiones de variado carácter y rango, se comprometía a hacerse cargo del pago a sus exiliados padres de las asignaciones que Napoleón les había concedido.
Para muchos españoles era El Deseado y regresaba después de haber sufrido dignamente una verdadera prisión.
Muy pronto se iban a enterar de cuál era su verdadera naturaleza.
El día 22 de marzo Fernando entraba de nuevo en su país, que había perdido en la guerra un millón de vidas y estaba exhausto y arruinado, con todas sus fuentes de riqueza destruidas, saqueadas o inactivas.
Para el pueblo el rey significaba la vuelta a la normalidad. El discurso conciliador que dio " todos, absolutamente todos, tendrían su lugar en la patria y que nada podría pasarle a nadie por sus opiniones o actitudes del pasado" .calmó los ánimos de los constituyentes de Cádiz, los liberales, los afrancesados y los que se sintieron amenazados por su regreso.
Una promesa que, por supuesto, estaba más que decidido a incumplir y no tardaría mucho en demostrarlo. En Valencia, las fuerzas reaccionarias presentaron al rey el Manifiesto de los Persas, solicitando el rechazo de las reformas propuestas por los liberales y el retorno a formas políticas tradicionales y Fernando vio el cielo abierto.
Comprobó que, en su idea de arrasar todos los avances progresistas que se hubieran llevado a cabo en su ausencia, tenía prestigiosos, decididos y muy numerosos partidarios: los vientos de la más oscura y vengativa reacción soplaban por España.
Se arrancaron todas las lápidas, esculturas y placas que conmemoraban las Cortes de Cádiz y se perseguía a los que formaron parte del proyecto progresista.
Fernando marchaba hacia Madrid, sonriendo, puro en mano, a través de su destruido y esquilmado Reino, entre los vítores de la enardecida multitud, bajo vistosos arcos triunfales y ante todas las manifestaciones de júbilo que un soberano pudiera desear.
Sabía que tenía muchos y fuertes apoyos, desde la nobleza y la Iglesia hasta las conservadoras masas campesinas, que eran la mayor parte de la población española, la que gritaba hasta desgañitarse "que vivan las cadenas" .
Con esa seguridad no dudó en hacer lo que realmente deseaba : arrancar de la faz del país todo signo de renovación y racionalismo e inició eso que conocemos hoy tan bien: no ser absolutista, no ser católico y no ser inmovilista significaba no ser español
Uno de los primeros actos del Rey, fue su decisión de restaurar la Inquisición, que las Cortes de Cádiz habían suprimido. Este movimiento no fue religioso, al rey la iglesia le importaba poco, pero el Tribunal podía ser un gran aliado en la caza de liberales
En pocos días pasó de respetar todas las ideas a declarar "que mi real ánimo es no solamente no jurar ni acceder a dicha Constitución ni a decreto alguno de las Cortes Generales y extraordinarias […] sino el declarar aquella Constitución y decretos nulos y de ningún valor en efecto"
La camarilla del rey sería el verdadero gobierno a la sombra del país. Allí todo lo más siniestro, aristócratas y eclesiásticos y miembros del hampa, se reunían para decidir quién vivía y quién moría, qué era aceptable y qué debía perseguirse.
El rey era capaz de descender cuando le convenía a los más groseros niveles de la gente común o, por el contrario, manifestar la mayor frialdad y altanería cuando considerase que la situación lo requería.

Una vez producida la restauración, se planteó nuevamente la necesidad de conseguir un heredero que viniese a reforzar la permanencia de la Corona.
Tras los consiguientes tanteos y negociaciones, se acordaron con la familia real portuguesa los compromisos matrimoniales con dos princesas, y las bodas tuvieron lugar en un buque luso surto en la bahía de Cádiz el 29 de septiembre de 1816. Por ellas, Fernando y su hermano Carlos se casaban respectivamente con sus sobrinas, las hermanas Isabel y María Francisca de Braganza, hijas del rey
de Portugal.
Isabel de Braganza no era una princesa agraciada y Fernando la aceptó como una posibilidad de tener descendencia y continuó con su costumbre de hacer frecuentes visitas nocturnas a tabernas y burdeles. escapar desnudo de dormitorios de mujeres casadas o meterse en grescas de borrachos
Su hermano Carlos, el que arrancaba las hojas indecentes de los libros, informaba a la mujer de sus correrías. Isabel murió sin darle descendencia a consecuencia de una cesárea.
Todavía no había tenido hijos pero los embarazos y abortos le daban esperanzas, pues demostraban que no era estéril. Necesitaba casarse para tener hijos porque sus necesidades sexuales, tan acuciantes como las del bisabuelo Felipe V las tenía bien satisfechas en las casas de citas de Madrid
Con la reina de cuerpo presente dio orden de que se empezara a gestionar el nuevo casamiento. En esta tercera oportunidad la elegida fue María Josefa Amalia de Sajonia. La boda se celebró el 28 de agosto de 2019. La novia era una dulce muchacha de 16 años se había criado en un convento, tras la muerte de su madre, que era una nieta de aquel Felipe, Pippo, ilustrado Duque de Parma. El rey tenía 35 años.

La joven era absolutamente ignorante de todo cuanto se refiriese a las cuestiones físicas y se encontró de pronto, horrorizada, con un impetuoso Fernando y se negó en redondo a cumplir con el correspondiente débito que, evidentemente, le repelía. Se cuenta que la reina se orinaba en la cama de miedo cuando lo veía desnudo. El rey llegó a pedir ayuda al Papa para que intercediera con un justo director espiritual que convenciera a la reina para aceptar sus obligaciones maritales.
Como efecto de la siempre oportuna y provechosa intervención de Roma, Amalia fue entrando en vereda y accedió a mantener con Fernando las relaciones que todos esperaban.
En cuanto al asunto de sus desproporcionados órganos genitales, parece ser que las heridas internas sufridas por sus jóvenes esposas pudieron estar en la causa de sus muertes prematuras y que esa idea no fue ajena a los médicos de palacio, aunque teniendo en cuenta el estado de la ciencia durante el reinado de un hombre alérgico a cualquier brillo de la razón, no se podía asegurar que los galenos que le atendían fuesen lumbreras. Le prepararon un cojín parecido a un rosquillo de anís para que se lo pusiera en el pene y evitara así la penetración completa y las hemorragias de las reinas.
Imaginar al rey con el donut calzado en su deforme y gigantesco miembro persiguiendo a su casi infantil esposa es imaginar todo su reinado.

Una dama de la corte le contó estos chismes a Prosper Merimée y este a Stendhal quien nos ha contado a todos las intimidades del rey adulto y la reina niña.
"Entra Su Majestad. Figúrese a un hombre gordo con aspecto de sátiro, morenísimo, con el labio inferior colgándole. Según la dama por quien sé la historia, su miembro viril es fino como una barra de lacre en la base, y tan gordo como el puño en su extremidad; además, tan largo como un taco de billar. Es, por añadidura, el rijoso más grosero y desvergonzado de su reino. Ante esta horrible vista, la Reina creyó desvanecerse, y fue mucho peor cuando Su Majestad Católica comenzó a toquetearla sin miramientos, y es que la Reina no hablaba más que el alemán, del que S.M. no sabía ni una palabra, así que la Reina se escapa de la cama y corre por la habitación dando grandes gritos. El Rey la persigue; pero, como ella era joven y ágil, y el Rey es gordo, pesado y gotoso, el Monarca se caía de narices, tropezaba con los suelos. En resumen, el Rey encontró ese juego muy tonto y montó en espantosa cólera. Llama, pregunta por su cuñada y por la camarera mayor, y las trata de P[utains] y de B[rutes] con una elocuencia muy propia de él, y por último les ordena que preparen a la Reina, dejándoles un cuarto de hora para ese negocio. Luego, se pasea, en camisa y zapatillas, por una galería fumándose un cigarro. No sé qué demonios dijeron esas mujeres a la Reina; lo cierto es que le metieron tanto miedo que su digestión se vio perturbada. Cuando volvió el Rey y quiso reanudar la conversación en el punto en que la había dejado, ya no encontró resistencia; pero, a su primer esfuerzo para abrir una puerta, abrióse con toda naturalidad la de al lado y manchó las sábanas con un color muy distinto al que se espera después de una noche de bodas. Olor espantoso, pues las reinas no gozan de las mismas propiedades que la algalia. ¿Qué habría hecho usted en lugar del Rey? Se fue jurando y estuvo ocho días sin querer tocar a su real esposa y de hecho nunca tuvieron hijos”.


Mientras trataba de violar a su joven esposa con el cojín encajado en el descomunal miembro, hacía otro tanto con el país pero sin medidas profilácticas. 
 Fernando actuaba como implacable Rey absoluto.
 Entre 1814 y 1820 sufre España el Sexenio absolutista, un periodo brutal y mediocre que sella el fracaso de la renovación intentada en Cádiz. Una despreciada camarilla de lacayos cortesanos deciden los destinos del país mientras generales y guerrilleros se dedican a conspirar. En América, el general Morillo y sus veinte mil hombres, que aterrorizan Bogotá, no logran impedir la emancipación de Colombia.


Entre 1820 y 1823 se sitúa un célebre intermedio.
En Cádiz, siempre agitada, triunfa una conspiración en el seno de un cuerpo expedicionario colonial. El coronel Riego recorre Andalucía, proclamando la Constitución de 1812. En el momento en que va perdiendo fuerzas, surge otra rebelión en Galicia. El rey, asustado, acepta el 10 de marzo la Constitución. Las clases burguesas acogen bien el retorno de los hombres de 1812.


En Urgell, se forma una regencia absolutista intransigente, apostólica.
En Verona, Chateaubriand pide la intervención. Los "Cien mil hijos de San Luis" ejército surgido del Congreso de Viena encargado de borrar todo rastro de Napoleón y de la Revolución Francesa en Europa, atraviesan España. Fernando, restablecido en todos sus poderes, suprime completamente la legislación liberal
 Comienza la década ominosa que merece capítulo aparte.

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